En pleno proceso de elaboración del Plan Estratégico de la nueva PAC (Política Agraria Común) la investigación publicada por Datadista viene a poner sobre la mesa cómo esta política continúa apoyando a las explotaciones intensivas, en detrimento de una agricultura más sostenible.
Era algo que ya nos venían avisando los informes del Tribunal de Cuentas Europeo y que la investigación de este medio independiente aterriza detalladamente en tres importantes problemáticas del campo español: la desigualdad por regiones en el reparto de las ayudas; la intensificación del cultivo de secano mediante regadío -como el olivar- y el consecuente agotamiento de acuíferos; y las macrogranjas.
Antes de aterrizar en las ‘particularidades españolas’, el reportaje hace una breve línea del tiempo de la PAC, una política que se remonta a 1962 con el objetivo de asegurar alimentos asequibles en el continente europeo tras la II Guerra Mundial. ¿Y cómo iba a hacer esto? Fomentando al sector agrario a producir más y más. Cuanta más producción se obtuviera, más ayudas recibían.
Esta ‘revolución verde a la europea’ tuvo elevados impactos en el medio rural, implantando una agricultura industrializada, basada en el alto consumo de agroquímicos y agua, con un elevado impacto ambiental y que ha llevado a la disminución del empleo en el sector agrario. Y, aunque la Unión Europea planteó, a finales del siglo pasado, desacoplar las ayudas de la producción, España se buscó la manera de seguir haciéndolo de manera indirecta: vinculándolos a la superficie y basándose en las ayudas que se recibían anteriormente -ligadas a la producción-. Algo así como que todo cambie para que no cambie nada.
La investigación utiliza como hilos conductores el olivar y la producción porcina. En el primer caso, esta producción de secano ha dejado de serlo gracias a las ayudas de la PAC que fomentan producciones intensivas: hoy los olivares andaluces tienen regadío. Y, el agua, ¿de dónde sale? De acuíferos que ya están quedándose secos, como el de La Loma, provocando cambios irremediables en su entorno, porque los acuíferos no solo sirven para sacar agua, sino que forman parte de un complejo sistema en el que si falla una pieza todo se tambalea.
A la intensificación con regadío de cultivos de secano como el olivar o el almendro se une la introducción de cultivos subtropicales, como el aguacate o el mango, lo que conlleva un elevado consumo de agua.
En relación al sector porcino, la investigación nos cuenta cómo en España se ha fomentado la concentración e intensificación, por lo que unas grandes empresas acaparan el mercado mientras desaparecen pequeñas y medianas ganaderías. El número de cerdos en España ha aumentado más de un 50% desde 2007 mientras que el número de explotaciones se ha reducido en un 11,17%. De las casi 89.000 explotaciones el 78% son intensivas.
La PAC parece más preocupada de que estas empresas, altamente contaminantes y que no suponen ningún freno al despoblamiento del medio rural, no pierdan sus importantes márgenes de beneficio que de orientar este sector a otro más sostenible. Así, en las dos últimas décadas han otorgado ayudas para el almacenamiento privado al porcino cada vez que se ha producido una caída en la producción o en las exportaciones del sector, de manera que pudieran esperar y comercializar cuando los precios volvieran a subir.
Pero lo cierto es que la intensificación que la PAC ha generado va más allá de los olivos y los cerdos, aunque estos sectores son ya ejemplos paradigmáticos de cómo esta política ha fomentado una producción agraria y ganadera intensiva, alejada de prácticas sostenibles, del bienestar animal, de una alimentación saludable o del empleo (justo y digno) en el sector.
Esta es la política agraria común que a día de hoy sigue influyendo en nuestro campo y cuya ‘nueva versión’, aún en proceso, tiene visos de ser insuficiente para hacer frente a los retos sociales y ambientales que tenemos por delante.
Nos queda mucho camino por recorrer para conseguir una PAC justa y sostenible que pueda aportar a un futuro mejor para todas.
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