Si cerramos los ojos y nos situamos en el año 2050 lo más seguro es que imaginemos un futuro distópico: sociedades sometidas a regímenes dictatoriales, controladas por Inteligencia Artificial, luchando por la escasez de recursos, zombies, extremas condiciones climáticas para las que no existe adaptación ninguna y así un largo etcétera de miserias cotidianas. ¿Os resulta familiar?

Esto no es casualidad. Como explica Layla Martínez en su ensayo Utopía no es una isla, durante los años 80 del pasado siglo comenzó lo que se ha denominado como una “oleada distópica”. Esta oleada sembró en nuestro imaginario cultural un mantra que aún no hemos superado: no hay un futuro mejor, el famoso es logan político: “No hay alternativa”, atribuido a Margaret Thatcher en plena expansión de las políticas neoliberales. El riesgo de las narrativas y relatos distópicos y las producciones culturales incapaces de producir alternativas es que amplifican una parte de la realidad como si fuera el todo y también producen nuevas realidades.

Como indica Layla Martínez, las distopías “reflejan nuestras ansiedades colectivas en el marco cultural de la posmodernidad. Los productos culturales reflejan la realidad, pero al hacerlo, también la crean. Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor”.

En el ámbito de la narrativa y, en especial la ficción, la limitada producción literaria que ha intentado plantear un futuro no distópico resulta inverosímil, reproduciendo  la frase atribuida al filósofo Fredric Jameson: «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Frente al realismo capitalista que muestra dicho sistema como el único económicamente viable y frente al que no hay posibilidad de alternativa, las narrativas basadas en el realismo ecológico vienen a plantear alternativas de futuros posibles, deseables, esperanzadores.

No son muchas las ocasiones en que desplegamos nuestra creatividad para reflexionar y especular sobre cómo podrían ser dichos futuros. El relato que tienes delante, escrito a dos manos por Julia del Valle González y Raquel Clemente Pereiro, pretenden ser un ejercicio de imaginación, un intento de pensar en escenarios plausibles y deseables basados en el realismo ecológico. No ha sido fácil de escribir, tenemos poco entrenado el músculo de las ecotopías, pero se trata de un ejercicio necesario, diríamos que casi de vital importancia. Como defiende nuestro compañero José Luis F. Casadevant, Kois: «Enfrentar la crisis ecosocial va a exigir que nos convirtamos en mejores narradores de historias. Junto al conocimiento científico disponible necesitamos imágenes del futuro capaces de seducir y emocionar, de visualizar nuevas cotidianidades y dotar a la gente de horizontes de sentido para los cambios sociales que demandamos”.

Estas ‘Historias para defender la magia. Food Future Narrative‘ se enmarcan en el proyecto Our Food Our Future. Financiado por la Comisión Europea, y con acciones en 13 países a través de 16 organizaciones, la iniciativa es una campaña de sensibilización para la transformación justa, balanceada y equilibrada del sistema alimentario y para cocrear una nueva forma de concebir la economía, la cooperación, los ecosistemas, la pertenencia al planeta y, por tanto, las relaciones.

¡Esto no va (solo) de comida! ¡Esto va de alimentar una vida en común! Es información, es inspiración y es transformación. Desde Germinando estamos encantadas de haber contribuido con este relato utópico que esperamos disfrutéis leyéndolo tanto como nosotras haciéndolo.

¡Ah! Muy importante. Pinchando en el siguiente enlace podrás acceder a todo contenido elaborado para esta iniciativa desde la Asociación Andalucía Acoge. Encontrarás webinars, publicaciones, investigaciones o artículos de opinión sobre temáticas asociadas al análisis de los sistemas alimentarios, así como otro tipo de materiales.